martes, 16 de septiembre de 2014

Momentos inolvidables

El verano y las vacaciones suelen ser ricos en momentos inolvidables. Pasado el tiempo, esos momentos se convertirán en las estrellas de Hollywood de nuestra memoria, pues también en nuestros recuerdos existen clases sociales. Nuestro pasado está lleno de momentos pobres, cutres, mezquinos, miserables o directamente espantosos, que tratamos de olvidar a toda costa, y momentos magníficos, estelares, luminosos: momentos vestidos de Chanel o de Yves Saint Laurent que pasean su encanto y su glamur por la alfombra roja del Festival de la Memoria.
         Todos atesoramos esa clase de instantes mágicos y aunque es obvio que no todos suceden en verano, pues por suerte la felicidad puede atacarte por sorpresa en cualquier momento del año, las vacaciones parecen el momento más propicio del año para cosecharlos. Ociosos y relajados, en lugar de quedarnos dormidos frente a la televisión a las diez de la noche porque el trabajo nos ha dejado agotados, nos paseamos a medianoche bajo un cielo estrellado contando estrellas fugaces que parecen atravesar el firmamento sólo para nosotros. O vemos salir del mar una luna roja como la sangre desde la azotea de un hotel en Estambul. O nos bañamos a medianoche, completamente desnudos, en un mar liso como un espejo y luego corremos chillando de felicidad por la arena como si tuviéramos cinco años. O nos tomamos un cóctel mirando una puesta de sol como si fuera la primera vez en nuestra vida que vemos una puesta de sol. O nos entregamos a una lectura fascinante, suavemente mecidos por la oscilación de una hamaca. O descubrimos un pequeño y encantador restaurante lejos del mundanal ruido, hincado en lo alto de un acantilado o bajo la deliciosa sombra de una parra, y allí, entre el paisaje y la compañía, el vino y la comida, alcanzamos niveles casi insoportables de felicidad y nos preguntamos por qué diablos no ha de ser siempre así nuestra vida.
         A esos momentos los llamo yo Terapia de Belleza. No importa que nos hayamos ido a la otra punta del mundo y hayamos pagado una pequeña fortuna por encontrarnos allí o estemos cerca de casa por falta de presupuesto y el momento inolvidable nos salga bien de precio. En cualquier caso, esos momentos inolvidables siempre dan la impresión de haber sido pensados y planteados estéticamente por un director artístico dotado de un gran talento.
         Claro que las vacaciones no sólo abundan en momentos de absoluta perfección. También son ricas en momentos grotescos y pequeños contratiempos. Nuestras maletas se extravían, nuestro avión se retrasa, el tren se detiene sin motivo aparente, no tenemos habitación en el hotel donde estábamos convencidos de haber hecho una reserva, nos roban la cartera, la tarjeta de crédito se empeña en no funcionar, nos extraviamos en la noche, se nos pincha una rueda o, por culpa del idioma, no hay forma humana de entenderse con los nativos y los malentendidos se multiplican como los conejos. Lo bueno de estas pequeñas tragicomedias es que dan para animar unas cuantas sobremesas y hacer mearse de risa a nuestros amigos. Los momentos de mágica felicidad nos cargan las pilas y recordarlos nos ayuda a enfrentarnos a la rutina o a la adversidad, pero, en cambio, contarlos es bastante aburrido y se acaba enseguida. Sin embargo, las escenas grotescas y los desastres suelen resultar de lo más entretenidos cuando uno los recuerda.
         Así que ya saben: tienen por delante todo un verano para cosechar y coleccionar momentos mágicos y escenas tragicómicas que harán las delicias de usted y sus amigos cuando finalicen las vacaciones.


Mercedes Abad