martes, 3 de diciembre de 2013

POR PURA CASUALIDAD


No conozco a nadie que sea indiferente a las coincidencias. Tanto da que uno sea un campeón del escepticismo y no crea ni en Dios ni en el destino o que, por el contrario, sienta que las coincidencias son la demostración palpable de que bajo el aparente desorden del mundo hay un orden secreto, una trama coherente donde cada tontería que sucede aquí abajo está escrita de antemano por un equipo de guionistas, todos ellos definitivamente chiflados y adictos a la ironía.
         Descubrir, por ejemplo, que tal persona, con quien acabamos de iniciar una amistad, nació el mismo día que nosotros en la misma clínica y que tal vez su primera caquita y la nuestra fueron a parar al mismo cubo de la basura es un hecho que nos llena de emoción y de asombro. Nos parece un fenómeno extraño, mágico, poético y divertido. Como si esa coincidencia le otorgara a esa relación de amistad un valor añadido y un tanto sobrenatural. Como si ese hecho casual y –admitámoslo- relativamente trivial le diera más sentido a esa amistad recién nacida. Como si fuera una bendición. Como si en el mercado de las amistades, una amistad entre dos individuos que nacieron el mismo día en la misma clínica valiera más que una amistad entre dos individuos que nacieron en dos lugares distintos en días y años diferentes. Como si el auténtico milagro no fuera, precisamente, el surgimiento del sentimiento amistoso entre personas distintas.
         No es por aguarles la fabulosa fiesta de las coincidencias, pero a veces pienso que no deja de ser extraño que las casualidades sigan sorprendiéndonos, con tantas como se producen sin cesar. No crean que no me gustan las casualidades, pero no puedo por menos de percatarme de que no son una cosa rara. En realidad, lo raro es que a lo largo de una semana no se produzcan dos o tres coincidencias de primera calidad. La otra noche, sin ir más lejos, me vi obligada a compartir mesa de la manera más inesperada con una docena de desconocidos. Para romper el hielo, no se me ocurrió otra cosa que decir que, aunque aparentemente en esa reunión nadie se conocía, seguro que entre la mayor parte de nosotros existía alguna clase de vínculo. Para sostener mi conjetura, mencioné la película Seis grados de separación, que ejemplifica la teoría según la cual sólo seis personas nos separan de cualquier otra persona por lejos que viva. Es decir que, si alguien se propone llegar hasta, pongamos por caso, la reina de Inglaterra, a través de un máximo de seis personas comparables a los eslabones de una cadena conseguiríamos entrar en contacto con ella. La gente se rió de mi ocurrencia, pero, en cuanto empecé a hablar con la pareja que tenía más cercana, descubrimos que el marido era un estrecho colaborador de un tío de mi marido. No seguimos buscando coincidencias con los otros comensales, pero de haberlo hecho seguro que habríamos encontrado montones de ellas. Cinco días después, cogí un tren para ir a hacerme una foto que sustituyera la foto, un poco antigua ya, que acompaña cada mes mi artículo en la revista que tienen ustedes en las manos. Para que el fotógrafo viera qué tipo de foto quería yo, antes de salir de casa cogí un número atrasado de la revista y, ya en el tren, me lo puse en el regazo, debajo del libro que iba leyendo. ¿A qué no adivinan qué revista se sacó del bolso la chica que se sentó enfrente de mí? ¡El especial Idioma del mes de septiembre! No podía dar crédito. A lo largo de los casi diez años que llevo colaborando con Ecos jamás me había encontrado con alguien que llevara la revista, lo que, tratándose de una revista alemana, no tiene nada de extraño. Y, desde luego, encontrarme con una lectora justo el día en que no sólo llevaba yo otro ejemplar de la revista, sino que iba a hacerme la foto que en breve aparecería en esa revista me pareció una de las coincidencias más bonitas y poéticas que me han sucedido en la vida. Sentí que entre el mundo y yo, y entre esta revista y yo, había vínculos sutiles y misteriosos. Y en todo el día nada ni nadie consiguió borrar la sonrisa de felicidad que me brotó en los labios.

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