Las palabras son como los actores. De
repente, una palabra que llevaba mucho tiempo haciendo su trabajo sin que nadie
se fijara demasiado en ella deja de ser una trabajadora anónima de la lengua
para convertirse en la gran sensación de la temporada y en la estrella absoluta
de todas las conversaciones. Del mismo modo que en el momento de su máxima
gloria y esplendor, todos querían contratar a Greta Garbo o a Marilyn Monroe y
ellas apenas si daban abasto para tantas película como les proponían, cuando
una palabra se pone de moda, todo el mundo la invita a todas las fiestas y le
da un lugar principal no sólo en las conversaciones privadas, sino también en
los periódicos, las radios y las televisiones.
Eso es lo que ha ocurrido
recientemente en España con la palabra talante, que antes era una
palabra bastante modesta. Como no se la usaba muy a menudo, llevaba una vida
más bien discreta y retirada, lejos de los esplendores del poder y de los
disparos de los fotógrafos. Sin embargo, el actual presidente del gobierno no
sólo la ha puesto de moda, al pretender resumir con ella el espíritu de su
mandato, sino que incluso ha alterado sustancialmente su significado, pues si
según el diccionario talante quiere decir disposición del ánimo,
sin especificar si esa disposición es buena o mala, ahora todo el mundo usa esta
palabra como sinónimo de buena disposición, es decir, de buen rollo y de
apertura al diálogo relajado y sonriente.
Por eso en la actualidad la
palabra talante lleva una vida muy agitada y, como nadie se cansa de
pronunciarla, va siempre ajetreada de aquí para allá, saltando de boca en boca
sin cesar. Tanto es así que si se hiciera una lista de las veinte palabras más
pronunciadas en la España de esta época, no hay duda de que talante estaría en los primeros puestos.
Tan ocupada está la pobre palabreja que en realidad ya empieza a mostrar los
primeros síntomas de cansancio. El otro día me la encontré por casualidad y,
cuando se quitó las gafas de sol que son el signo distintivo de las estrellas,
descubrí que aunque todavía se la ve eufórica y rutilante, tiene los ojos
rodeados por unas profundas y oscurísimas ojeras y su piel, que ha perdido
elasticidad, luce cansada y sin brillo, con minúsculas arruguitas que empiezan
a insinuarse aquí y allá. Le dije que por qué no cogía unas vacaciones para
descansar un poco de tanta agitación, pero ella contestó que tenía la agenda
llenísima de compromisos y apenas le quedaba tiempo para dormir ni, mucho
menos, para tomarse un par de días libres. La verdad es que no pude evitar que
me diera cierta pena pues intuí que, al igual que les sucede a las estrellas de
cine, tarde o temprano la gente empezará a cansarse de ella y a considerar que
es una palabra gastada. Entonces otra estrella vendrá a robarle su puesto y
será el comienzo de un largo declive. Cuando eso suceda, la palabra talante empezará a caer en desuso, y los
que antes la pronunciaban varias veces al día la olvidarán en un rincón
polvoriento de sus cerebros, como se olvida uno de un abrigo viejo o de
cualquier otra prenda que, sin embargo, en algún momento lo acompañó a uno a
todas partes y que, de hecho, parecía una pieza insustituible de nuestro
vestuario.
Pero no nos pongamos
melancólicos. Aunque es cierto que después de la moda vienen la decadencia y el
olvido, también es cierto que las modas están sujetas a ciclos, y que todo
acaba regresando más pronto o más tarde. Me apuesto lo que quieran a que la
palabra talante desaparecerá del mapa
durante un tiempo, por pura saturación, pero luego, quizá dentro de veinte o
treinta años, alguien, ya sea un político, un periodista, un literato o una
folklórica, la rescatarán del baúl de los recuerdos y volverán a regalársela a
las generaciones venideras, para las cuales, en lugar de ser una palabra gastada,
renacerá como una palabra nueva, expresiva, llena de sabor y rabiosamente
moderna.
marzo de 2005
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