viernes, 25 de octubre de 2013

MANÍAS


El otro día me contaron de un escritor argentino, residente en Barcelona, que cuando escribe un artículo periodístico se sienta siempre a un lado de su mesa de trabajo, mientras que cuando va a escribir literatura se levanta, coge la silla y se pone del lado contrario. Pese a que quien me contaba la historia la tenía por el colmo de la rareza y la extravagancia, confieso que no me sorprendió demasiado, pues yo misma tengo una libreta donde en un lado escribo mis artículos y mis conferencias y en el otro, poniendo la libreta del revés, los trabajos estrictamente literarios. Si alguien me preguntara por qué lo hago así, no sabría muy bien qué contestarle, salvo que la idea de mezclar esos dos conceptos me repugna hasta extremos inauditos, como si el periodismo y la literatura pudieran contaminarse de alguna manera fatídica si llegaran a convivir en las mismas páginas de mi libreta.
         Pero aunque los escritores tenemos fama de cultivar manías a cual más extravagante y de no poder escribir si no es con instrumentos de tales o cuales características o si no realizamos algunos pequeños rituales (yo a veces tengo que retocarme el moño o peinarme, pues así me parece que escribo mejor y tengo la cabeza más despejada), sospecho que no hay ser humano a quien no podamos imputarle alguna de esas extrañas manías que desafían la razón. Fidel Castro, por ejemplo, es peripatético, lo que significa que piensa mejor cuando está en movimiento que cuando está inmóvil. De ahí que en sus reuniones con jefes de estado, tenga la manía de hablar paseándose continuamente de arriba abajo, midiendo con sus pasos la habitación en la que esté. Lo bueno del caso es que en una ocasión se encontró con otro jefe de estado (cuya identidad lamentablemente he olvidado) que también era peripatético, de modo que los dos prohombres se pasaron un par de horas recorriendo una habitación y cruzándose continuamente para desesperación, mareo y recochineo de los intérpretes encargados de traducir sus palabras.
         Ignoro si la manía de Castro tiene o no una base científica. En cualquier caso, la mayor parte de las manías tienen una vertiente mágica y supersticiosa aunque sólo sea porque están vinculadas a la creencia, puramente irracional, de que haciendo las cosas según determinado ritual, la fortuna nos sonreirá y todo nos saldrá mejor. Tengo una amiga, por ejemplo, a quien le encanta la música, pero no soporta cocinar escuchando música, porque sostiene que el espíritu de la música desnaturaliza la comida. Dice mi amiga que si uno hace una paella escuchando a Wagner, por ejemplo, es matemáticamente imposible que la paella salga buena porque la solemnidad de Wagner arruina el arroz. Pero cuando le sugiero que ponga alguna música valenciana cuando quiera hacer arroz, mi amiga también arruga la nariz.
         Sea como fuere, la enorme variedad de las manías documentadas demuestra una vez más que, en materia de seres humanos, la diversidad se impone. Si algunos son unos maníacos del orden y necesitan que los lomos de los libros de su biblioteca formen una línea absolutamente recta, otros  se sienten desasosegados por la línea recta y necesitan que los lomos estén puestos a diferentes alturas, para quebrar toda posible simetría. Eso sin mencionar a los que se sienten profundamente perturbados al ver un cuadro torcido y no descansan hasta que lo enderezan. O a los que, cuando pasean con alguien por la calle siempre necesitan llevar a la persona a su derecha o a su izquierda. O a los que en los restaurantes necesitan sentarse con la espalda contra la pared y uno se siente obligado a cederles el sitio, aunque después de escucharlos decir que tienen miedo de que alguien los acuchille a traición si se colocan con la espalda al aire sea uno mismo quien se pasa toda la velada casi sin probar bocado del pánico espantoso de que venga  alguien y le ataque por la espalda.
         Luego está la curiosa tipología de los que tienen que vestirse con tal o cual prenda, o de tal o cual color, para asistir a una cita amorosa o para darse suerte cuando van a una entrevista de trabajo. O los que se sienten protegidos por alguna clase de talismán, ya sea una joya o cualquier otro objeto cuya desaparición los arroja. Aunque, como dice una amiga mía, en el mundo sólo haya realmente dos tipos de personas: los que en un avión se ponen del lado del pasillo y los que matarían por conseguir un asiento junto a una ventanilla.  

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