jueves, 24 de octubre de 2013

AVIDA DOLLARS


Sostiene Dalí en uno de sus recuerdos inventados que, en el preciso instante en que él nació, el viento –la tramontana que barre con violencia las tierras ampurdanesas y que tiene fama de volver loca a la gente- dejó de soplar. Sin embargo, todo indicaría más bien lo contrario. No se sabe qué tiempo hacía aquel día en Figueras, pero cabe imaginar que en cuanto Dalí abandonó lo que más tarde llamaría el “paraíso intrauterino”, la tramontana debió de aullar más fuerte que nunca. Y el delirio se apoderó del recién nacido.
         Sea como fuere, tuviera o no algo que ver en el asunto la tramontana que supuestamente vuelve loca a la gente, aquel 11 de mayo de 1904 nacía el artista que ha llegado más lejos en el cultivo de la personalidad artística, la excentricidad, el delirio de grandeza megalómano, el narcisismo, el exceso y la exageración, la egolatría desatada y el deseo de provocar y escandalizar.
         Basta con leer alguno de sus numerosos libros autobiográficos, donde la modestia no tiene cabida, para comprender que desde su más tierna infancia Dalí se aplicó con ahínco a la tarea de distinguirse del resto de los mortales, construyendo así un mito de dimensiones colosales. “Gracias a mí –escribe en Diario de un genio con el humor y el gusto por la paradoja que lo caracterizan- llegará un día en que las gentes se verán forzadas a ocuparse de mi obra.” O también: “Cuando tenía seis años, quería ser cocinero, a los siete, Napoleón. Desde entonces mi ambición ha ido aumentando sin parar, y ahora es la de llegar a ser Salvador Dalí, y nada más”.
Huelga decir que consiguió serlo de forma superlativa. Tocado con la barretina, el típico gorro catalán, sus bigotes que apuntaban al cielo, su sempiterno bastón y sus ojos desorbitados de profeta histérico, su imagen daría la vuelta al mundo y aún hoy atrae a millares de personas, que hacen cola a la puerta de los museos donde se muestra su obra y los vericuetos de  una personalidad tan fascinante como desconcertante.
De hecho, la aguda intuición y la astucia que lo llevan a ser el primero en utilizar los medios de comunicación de masas para hacerse propaganda convierten a Dalí en el artista que mejor encarna el espíritu del siglo XX. Digamos que si Oscar Wilde patentó la idea de la vida como obra de arte, Salvador de Dalí fue su alumno aventajado. Y superó al maestro porque así como Wilde acabó su vida en medio de la pobreza y el desprecio de sus coetáneos, la vida y la personalidad de Dalí se convirtieron enseguida en una máquina de hacer dinero. Tanto es así que André Breton, que había pasado de la devoción al rencor, compondría el célebre anagrama vengativo de Avida Dollars, colocando en otro orden las letras del nombre de Salvador Dalí. “No fue sin duda un hallazgo de gran poeta –le replica Dalí en su Diario de un genio-, pero debo reconocer que se ajustaba bastante bien a mis ambiciones inmediatas de entonces”. Y a continuación añade: “…tomé una decisión irrevocable: Salvador Dalí iba a convertirse en la más insigne cortesana de su tiempo”.
         Hay que admitir que para conseguir tan noble propósito no regateó medios ni imaginación. Sus apariciones, siempre espectaculares por algún concepto, ya fuera por lo disparatado de sus discursos, a veces deliberadamente incomprensibles, o por su atuendo (en el baile de Beistegui, en Venecia, él y Gala aparecieron disfrazados de gigantes de siete metros) causaban siempre sensación. Asimismo, existen imágenes que recogen una cena ofrecida por Dalí y Gala durante su estancia en Hollywood, y donde se ve a Bob Hope, sentado a la mesa, destapar una fuente de comida llena de… ranas vivas que, naturalmente abandonan la fuente a toda velocidad entre el sorprendido regocijo de los invitados, que aquella noche se lo pasaron en grande pero debieron de quedarse con un poco de hambre si toda la comida salió, como las ranas, huyendo a toda velocidad. Las excentricidades de Dalí llegaron incluso a poner su vida en peligro, como cuando dio una conferencia de prensa en Londres embutido en un traje de buzo y, de tanto como le habían apretado los tornillos de la escafandra, ésta  se encalló, lo que puso a nuestro genio al borde de la asfixia.
         Pero para Dalí toda publicidad era poca y aunque aparecía regularmente en todos los medios planetarios (en 1936, por poner tan sólo un ejemplo, su rostro fue portada de Time), en 1945 creó su propio diario, que se llamaba Dalí News y salió hasta 1947. Junto a la información sobre las actividades del pintor, este diario publicaba anuncios de productos inventados, como el Dalinal. “¿Sufre usted tristeza intelectual periódica? ¿Depresión maníaca, mediocridad congénita, imbecilidad gelatinosa, piedras de diamante en los riñones, impotencia o frigidez? Tome Dalinal, la chispa artificial que logrará estimular su ánimo de nuevo.”
         Tal ha sido el protagonismo de sus delirios furiosamente dionisíacos, como a él mismo le gustaba calificar sus excesos, que la obra quedó a menudo en segundo plano. Lo mismo cabe decir de su abundante producción literaria donde a pesar de todo, como sucede en Diario de un genio o Vida secreta, quizá su obra autobiográfica más interesante, entre el autobombo y la propaganda se abren paso agudas y brillantes intuiciones sobre el arte,  la tradición y la modernidad, los avances científicos y, cómo no, la estupidez incorregible del mundo.  

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